viernes, 28 de marzo de 2008

Un musulmán bautizado por el Papa en San Pedro.




ROMA, 28 de marzo del 2008 – Tres días antes, en un mensaje de audio difundido vía web, Osama bin Laden había acusado "al Papa del Vaticano" de tener “un rol relevante” en el combate de una “nueva cruzada” contra el Islam. Pero nada intimida a Benedicto XVI. En la vigilia Pascual, el sábado 22 de marzo, el Papa bautizó en la basílica de San Pedro, junto a otros seis hombres y mujeres de los cuatro continentes, a un convertido del Islam, Magdi Allam, 56 año, egipcio de nacimiento, escritor y periodista de fama, subdirector del principal diario italiano, el “Corriere della Sera”, autor de libros importantes, el último titulado: "Viva Israel".


Con el bautismo – e inmediatamente la confirmación y la comunión – Allam ha asumido como segundo nombre Cristiano. Y en una carta publicada en su diario el domingo de Pascua ha contado y explicado su conversión. La noticia inmediatamente ha dado la vuelta al mundo. Los comentarios en los medios musulmanes han sido en gran parte polémicos, contra Allam y contra Benedicto XVI. También en el campo eclesiástico han trascendido críticas a la publicidad dada a la conversión, que en realidad se ha mantenido en secreto hasta el último.


Por la parte del Vaticano, un comentario ha aparecido en “L’Osservatore Romano”, en una nota del director Giovanni Maria Vian: “El gesto de Benedicto XVI afirma, en modo manso y claro, la libertad religiosa. Que es también libertad de cambiar de religión, como en el 1948 fue subrayado por la Declaración universal de los derechos del hombre (aunque a continuación, lamentablemente, la declaración fue redimensionada precisamente en este punto). Así, cualquiera que sin constricciones pida el bautismo tiene el derecho de recibirlo. Y como no se ha enfatizado, no ha habido ninguna intención hostil hacia una gran religión como la islámica”. Por coincidencia, en el mismo número del diario del Papa, un amplio servicio dedicado a la liturgia de Pascua y a la antiquísima tradición de celebrar en ella los sacramentos de iniciación cristiana, tenía como título: “El vínculo íntimo entre el bautismo y el martirio”. Un vínculo evidenciado por Benedicto XVI el lunes de Pascua, cuando – en el “Regina Coeli” de mediodía – invitó a los fieles a rezar por los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los laicos asesinados en el 2007 mientras prestaban servicio en tierras de misión: “En la luz de Cristo resucitado adquiere particular valor la jornada anual de la oración por los misioneros mártires, que se celebra hoy”.


Cuando era musulmán, por sus vigorosas críticas a “un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo”, Allam ha sido objeto en el pasado de amenazas de muerte. Desde hace cinco años vive protegido por una escolta armada y vive en una localidad secreta en el norte de Roma, con su esposa Valentina y su pequeño hijo David. Como periodista, causaron impacto dos de sus servicios publicados en el 2003. En el primero Allam reportó el sermón pronunciado el 6 de junio de aquel año, viernes, en al Gran Mezquita de Roma, por el imán egipcio Abdel-Samie Mahmoud Ibrahim Moussa. En el segundo, tradujo del árabe los sermones de los imanes de otras seis mezquitas italianas. Casi todos exaltando el terrorismo suicida, e incitantes al odio hacia Occidente y hacia Israel. Luego del primer servicio, el gobierno egipcio llamó de vuelta al Imán autor del sermón. Allam se distinguió también por sus comentarios a la lección de Benedicto XVI en Ratisbona, de total acuerdo con las tesis del Papa.


Sus críticas no se dirigen sólo contra el islamismo. En varias ocasiones ha denunciado “la rendición moral, la obnubilación intelectual, la colusión ideológica y la colaboración de Occidente con los extremistas islámicos”. Por estas posturas suyas, Allam ha recibido fuertes hostilidades no sólo por parte de musulmanes, sino también de los intelectuales de Europa. En el verano del 2007 cerca de 200 profesores de varias universidades, incluida la Católica de Milán, firmaron una carta contra él, acusándolo de intolerancia. También en campo eclesiástico muchos desconfían. Después de su artículo de denuncia del sermón del Imán de Roma, el entonces presidente del pontificio consejo para el diálogo interreligioso, el arzobispo Michael L. Fitzgerald, lamentó que “procediendo así se corre el riesgo de comprometer el diálogo”. Pero Allam ha denunciado más veces otro miedo difundido en la Iglesia: aquella por la que en países musulmanes – donde la apostasía es a veces castigada con la muerte – se renuncia a bautizar y en los países cristianos se mantienen escondidos los convertidos del Islam.


Con el bautismo administrado a él públicamente por el Papa en la noche de Pascua, Allam confía en que se salga de estas “catacumbas”. Pero no será fácil. Entre las reacciones críticas de la parte musulmana a su bautismo, llaman la atención las de dos importantes firmantes de la carta de los 138, es decir la carta símbolo del diálogo entre la Iglesia de Roma y el Islam: el Imán italiano Yahya Pallavicini y el teólogo libio Aref Ali Nayed, director del Royal Islamic Strategic Studies Center di Amman, en Jordania. Los dos han sido parte de la delegación de cinco representantes musulmanes que han coordinado el 4 y 5 de marzo con las autoridades vaticanas las próximas etapas del diálogo, que comprenderá una audiencia con Benedicto XVI. Pero ambos, al criticar el bautismo de Allam, eluden la cuestión capital de la libertad de religión, que también ha sido puesta al centro de la agenda del diálogo entre la Iglesia de Roma y los firmantes de la carta de los 138. Yayha Pallavicini dice estar “incómodo por la falta de sensibilidad” demostrada por quien ha querido bautizar a Allam en San Pedro, “un gesto realizado al día siguiente del aniversario del nacimiento del Profeta, la Navidad musulmana, que corre el riesgo de generar mensajes negativos e indica la intención política del Vaticano de hacer prevalecer la supremacía de la Iglesia católica sobre las otras religiones”.


Pero más severo ha sido el comentario de Nayed, que es el verdadero cerebro de la carta de los 138, de la que es el autor principal. Crítico de Allam y más todavía de Benedicto XVI, al cual lanza la acusación de haber querido reafirmar, con el gesto del bautismo, “la infame lección de Ratisbona” Nayed llega a juzgar “totalitaria” y “casi maniquea” la simbología de tinieblas y luz desarrollada por el Papa en la homilía de la vigilia pascual. Sin una toma de distancia vaticana – dice además Nayed – el bautismo administrado por Benedicto XVI irremediablemente significa que el Papa suscribe y apoya los “discursos de odio” de Allam contra el Islam. Más abajo se reporta por entero el comentario de Nayed. Seguido de una réplica hecha por el director de la sala de prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, a la Radio Vaticana el 27 de marzo. Pero antes, la versión completa de la carta al director del “Corriere della Sera” con la que Allam ha contado su conversión, carta publicada sólo parcialmente por el diario:


"Benedicto XVI nos dice que es necesario vencer el miedo"

por Magdi Cristiano Allam


Estimado director, lo que te estoy por contar se refiere a una elección de fe religiosa y de vida personal que no quiere de ninguna manera involucrar al “Corriere della Sera” del que tengo el honor de formar parte desde el 2003 con el grado de subdirector “ad personam”. Te escribo por tanto como ciudadano particular y protagonista del asunto. Ayer por la noche, vigilia de Pascua, me he convertido a la religión cristiana católica, renunciando a mi anterior fe islámica.


Finalmente así ha visto la luz por gracia divina, el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en el sufrimiento y en la alegría, entre la profunda e íntima reflexión y la consciente y manifiesta exteriorización. Estoy particularmente agradecido a Su Santidad el Papa Benedicto XVI que me ha impartido los sacramentos de iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la basílica de San Pedro en el curso de la solemne celebración de la Vigilia de Pascua. Y he asumido el nombre cristiano más simple y explícito: “Cristiano”. Desde ayer en la noche, pues, me llamo Magdi Cristiano Allam. Para mí es el día más bello de la vida.


Adquirir por manos del Santo Padre el don de la fe cristiana en la conmemoración de la Resurrección de Cristo, es para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. A los casi 56 años, en mi pequeñez, es un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que marca un vuelco radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reverberado sobre mi alma liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia respecto a lo “diferente”, condenado acríticamente como “enemigo”, priorizando sobre el amor y el respeto del “prójimo” que es siempre y de todos modos “persona”; así como mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la mentira y la disimulación, la muerte violenta que induce al homicidio y al suicidio, la ciega sumisión y la tiranía, permitiéndome adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida, y de la Libertad.


En mi primera Pascua como cristiano no he descubierto sólo a Jesús, he descubierto por primera vez al verdadero y único Dios, que es el Dios de la Fe y Razón. Mi conversión al catolicismo es el punto de arribo de una gradual y profunda meditación interior a la que no podría haberme sustraído, dado que desde hace cinco años me veo obligado a una vida blindada, con vigilancia fija a casa y escolta de carabineros en cada uno de mis desplazamientos, a causa de las amenazas y de las condenas a muerte a las que me han sentenciado los extremistas y terroristas islámicos, tanto residentes en Italia como los que operan en el exterior.


Me tenía que interrogar sobre la actitud de aquellos que públicamente han emitido las fatwas, los responsos jurídicos islámicos, denunciándome —a mí que era musulmán— como “enemigo del Islam”, “hipócrita porque es un cristiano copto que finge ser musulmán para dañar al Islam”, “mentiroso y difamador del Islam”, legitimando en tal modo mi condena a muerte. Me he preguntado como podía ser posible que quien, como yo, se ha batido con convicción y con esfuerzo por un “Islam moderado”, asumiéndose la responsabilidad de exponerse en primera persona en la denuncia del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en el nombre del Islam y sobre la base de una legitimación coránica. Así, he debido tener bien en cuenta que, más allá de la contingencia que registra el predominio del fenómeno de los extremistas y del terrorismo islámico a nivel mundial, el origen del mal está enraizado en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo.


Paralelamente, la Providencia me hizo encontrar personas católicas practicantes de buena voluntad, que por su testimonio y amistad se fueron volviendo poco a poco en puntos de referencia en el plano de la certeza de la verdad y de los solidez de los valores. Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación con Julián Carrón a la cabeza; por religiosos simples como el padre Gabriele Mangiarotti, sor María Gloria Riva, el padre, Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi Gaid; del redescubrimiento de los salesianos gracias al padre Angelo Tengattini y al padre Maurizio Verlezza culminada en una renovada amistad con el rector mayor, el padre Pascual Chavez Villanueva; hasta el abrazo de otros prelados de gran humanidad como el cardenal Tarcisio Bertone, los monseñores Luigi Negri, Giancarlo Vecerrica, Gino Romanazzi y sobre todo monseñor Rino Fisichella, que me ha acompañado personalmente en el recorrido espiritual de aceptación de la fe cristiana. Pero indudablemente el encuentro más extraordinario y significativo en la decisión de convertirme ha sido el que tuve con el Papa Benedicto XVI, a quien he admirado y defendido, como musulmán, por su maestría en establecer un vínculo indisoluble entre fe y razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, a quien me adhiero plenamente como cristiano por inspirarme de nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado.


El mío es un recorrido que se inicia cuando, a la edad de cuatro años, mi madre Safeya, musulmana creyente y practicante – por el primero de una serie de “casos” que se revelarán como algo totalmente opuesto al azar y más bien como parte integrante de un destino divino en el cual todos estamos incluidos –, me confió a los cuidados amorosos de sor Lavinia de la orden de los combonianos, convencida de la buena educación que me impartirían las religiosas italianas y católicas establecidas en el Cairo, mi ciudad natal, para testimoniar su fe cristiana a través de una obra dirigida a realizar el bien común. De ese modo he iniciado una experiencia de vida en el colegio, hecha con los salesianos del Instituto de Don Bosco en las escuelas medias y de liceo, que en conjunto me ha transmitido no sólo la ciencia del saber sino sobre todo la conciencia de los valores. Es gracias a los religiosos católicos que he adquirido una concepción profundamente y esencialmente ética de la vida, donde la persona creada a imagen y semejanza de Dios está llamada a desarrollar una misión que se inserta en el cuadro de un plan universal y eterno dirigido a la resurrección interior de cada uno sobre esta tierra y de la humanidad en su conjunto en el Día del Juicio, que se funda en la fe en Dios y en el primado de los valores, que se basa en el sentido de la responsabilidad individual y en el sentido del deber en relación a la colectividad.


Es en virtud de la educación cristiana y de compartir la experiencia de vida con religiosos católicos que yo siempre he cultivado una profunda fe en la dimensión trascendente, así como siempre he buscado la certeza de la verdad en los valores absolutos y universales. He tenido una temporada en la que la presencia amorosa y el celo religioso de mi madre me han acercado al Islam, que periódicamente he practicado en el plano cultural y al que he creído en el plano espiritual según una interpretación que por entonces – corrían los años sesenta – correspondían en resumen a una fe respetuosa de la persona y tolerante en respecto al prójimo, en un contexto – el del régimen de Nasser – donde prevalecía el principio laico de la separación de la esfera religiosa de la secular. Mi padre era del todo laico, junto con una mayoría de egipcios que tenían a Occidente como modelo en el plano de la libertad individual, de las costumbres sociales y de las modas culturales y artísticas, incluso si lamentablemente el totalitarismo político de Nasser y la ideología belicosa del panarabismo que apunto a la eliminación física de Israel llevaron a la catástrofe a Egipto y allanaron el camino a la exhumación del panislamismo, al ascenso al poder de los extremistas islámicos y a la explosión del terrorismo islámico globalizado.


Los largos años en el colegio me permitieron también conocer bien y de cerca la realidad del catolicismo y de las mujeres y de los hombres que dedicaron su vida a servir a Dios en el seno de la Iglesia. Ya desde entonces leía la Biblia y los Evangelios y me fascinaba particularmente la figura humana y divina de Jesús. Tuve manera de asistir a la santa misa y sucedió también que, una sola vez, me acerqué al altar a recibir la comunión. Fue un gesto que evidentemente señalaba mi atracción por el cristianismo y mi deseo de sentirme parte de la comunidad religiosa católica. Seguidamente, a mi llegada a Italia al inicio de los años sesenta entre los mares de la revuelta estudiantil y las dificultades de la integración, he vivido la etapa del ateismo enarbolado como fe, que sin embargo se fundaba también él en el primado de los valores absolutos universales. No he sido jamás indiferente a la presencia de Dios si bien sólo ahora siento que el Dios del Amor, de la Fe y de la Razón se concilia plenamente con el patrimonio de valores enraizados en mí. Estimado director, me has preguntado si no temo por mi vida, sabiendo que la conversión al cristianismo me causará ciertamente una enésimo, y bastante más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes perfectamente razón. Se al encuentro de que cosa voy, pero afrontaré mi suerte con la cabeza en alto, con la espalda derecha y con la solidez interior de quien tiene la certeza de la propia fe. Y lo seré más después del gesto histórico y valeroso del Papa que – desde el primer instante en que supo de mi intención – aceptó inmediatamente impartirme personalmente los sacramentos de iniciación cristiana.


Su Santidad ha lanzado un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que hasta ahora ha sido demasiado prudente en la conversión de musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría islámica y callando sobre la realidad de los convertidos en los países cristianos. Por miedo. El miedo de no poder tutelar a los convertidos frente a su condena a muerte por apostasía y el miedo a las represalias con los cristianos residentes en los países islámicos. Pues hoy Benedicto XVI, con su testimonio, nos dice que es necesario vencer el miedo y no tener ningún temor de afirmar la verdad de Jesús también con los musulmanes. De mi parte, digo que es hora de poner fin al arbitrio y a la violencia de los musulmanes que no respetan la libertad de elección religiosa. En Italia hay miles de convertidos al Islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay miles de musulmanes convertidos al cristianismo que son obligados a esconder su nueva fe por miedo a ser asesinados por los extremistas islámicos que están entre nosotros. Por uno de esas “casualidades” que evocan la mano discreta del Señor, mi primer artículo escrito en el “Corriere della Sera” el 3 de septiembre del 2003 se titulaba: “Las nuevas catacumbas de los islámicos convertidos”. Era una investigación sobre algunos neo-cristianos en Italia que denunciaron su profunda soledad espiritual y humana frente a la contumacia de las instituciones del Estado que no tutelan la seguridad de ellos y frente al silencio de la misma Iglesia.


Pues, espero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio ellos tengan la convicción de que ha llegado el momento histórico de salir de las tinieblas de las catacumbas y de afirmar públicamente su voluntad de ser plenamente ellos mismos. Si no estamos en grado aquí en Italia, cuna del catolicismo, de garantiza a todos la plena libertad religiosa, 'cómo podremos tener credibilidad cuando denunciemos la violación de tal libertad en otros países del mundo? Ruego a Dios para que esta Pascua especial done la resurrección del espíritu a todos los fieles en Cristo que hasta ahora han estado sometidos por el miedo.

Feliz Pascua a todos. 23 de marzo del 2008


"Un infeliz episodio que reafirma la infame lección de Ratisbona"

por Aref Ali Nayed


En cuanto fe, el Islam es un don divino. En cuanto don, es dado por Dios por gracia. Cómo una persona responde a este don es materia propiamente íntima entre esta persona y Dios. El alma de Magdi Allam es ampliamente conocida, y juzgada, por su Creador. Es Dios quien lo juzgará arriba según como ha respondido al don de la fe. Él es responsable frente a su Creador en los límites de su libertad y capacidad.


El hecho que Allam haya recibido la comunión católica en edad joven bajo la influencia de sus primeros maestros católicos parece indicar que él fue cristianizado cuando era niño. Por efecto de esta inicial educación católica, resulta que él no ha sostenido o practicado la doctrina del Islam nunca. El caso de Allam nos recuerda, una vez más, la legítima preocupación de muchos expertos musulmanes acerca del abuso de confianza que a veces se tiene cuando los padres musulmanes, por motivos económicos o de otro tipo, mandan a sus hijos a escuelas católicas. Lo que les ocurre a los niños, incluso musulmanes, en las escuelas católicas es materia que debe ser discutida cada vez que se afronta la “dignidad humana” en las discusiones que vendrán.


El uso de las escuelas para hacer proselitismo es una de las cuestiones importantes a discutir. En cuanto a la deliberada y provocante decisión del Vaticano de bautizar a Allam en una ocasión tan especial y en un modo tan espectacular, es suficiente decir lo siguiente:


1. Es triste que el acto íntimo y personal de una conversión religiosa sea transformado en un medio triunfalista para marcar un punto de ventaja. Una instrumentalización semejante de una persona y de su conversión es contraria a los principios fundamentales de afirmación de la dignidad humana. Más aún, llega en el momento más infeliz, cuando honestos representantes musulmanes y católicos están trabajando con mucho esfuerzo por sanar las fracturas entre las dos comunidades.


2. Es triste que la particular elección para tal gesto altamente público tenga una historia que ha generado, y continúa generando, discursos de odio. El mensaje fundamental del último artículo de Allam es idéntico al mensaje del emperador bizantino citado por el Papa en su infame lección de Ratisbona. No es lejano de la verdad ver esto como otro modo de reafirmar el mensaje de Ratisbona (que el Vaticano insiste en decir que no fue entendido). Para el Vaticano es importante ahora tomar distancia de las posturas de Allam. 'O acaso los musulmanes deben asumir el bautismo de alta visibilidad administrado por el Papa como un apoyo papal a las posturas de Allam respecto a la naturaleza del Islam (que no por casualidad coinciden con el mensaje de Ratisbona)?


3. Es triste que Benedicto XVI escoja poner como mensaje fundamental de su discurso religioso durante la especial celebración de la Pascua una contraposición casi maniquea entre los símbolos de las “tinieblas” y la “luz”, donde se asignan las “tinieblas” a los “otros” y la luz a “sí”. Y también es triste que la idea de “paz” expresada en tal discurso se reduzca a llevar a los “otros” al rebaño a través del bautismo.


Por parte de Roma, un discurso tan totalitario sirve de todo menos de ayuda. Todo el espectáculo con su coreografía, el personaje y los mensajes, provoca sinceros cuestionamientos acerca de los motivos, las intenciones y los planes de algunos de los consultores del Papa sobre el Islam. No obstante ello, no dejaremos que este infeliz episodio nos aparte de nuestro esfuerzo de perseguir “Una palabra común” por el bien de la humanidad y de la paz mundial. Nuestra base de diálogo no es una lógica de reciprocidad “ojo por ojo”. Es más bien una teología que se compadece por “sanar lo que existe entre nosotros”, por el respeto del Dios Amor y del amor por el prójimo.


24 de marzo del 2008


"Permítasenos manifestar nuestro desagrado..."

por Federico Lombardi S.I.


Ante todo, la afirmación más significativa es sin duda la confirmación de la voluntad del profesor Aref Ali Nayed de continuar el diálogo de profundización y conocimiento recíproco entre musulmanes y cristianos, y no poner absolutamente en cuestión el camino iniciado con la correspondencia y los contactos establecidos en el último año y medio entre los estudiosos musulmanes firmantes de las conocidas cartas y el Vaticano, en particular a través del pontificio consejo para el diálogo interreligioso.


Este itinerario debe continuar, es de extrema importancia, no debe ser interrumpido, y es prioritario respecto a episodios que pueden ser objeto de malentendidos. En segundo lugar, administrar el bautismo a una persona implica reconocer que ha acogido la fe cristiana libremente y sinceramente, en sus artículos fundamentales, expresados en la “profesión de fe”. Esta viene públicamente proclamada con ocasión del bautismo.


Naturalmente cada creyente es libre de conservar las propias ideas sobre una muy amplia gama de cuestiones y de problemas en los que hay entre cristianos un legítimo pluralismo. Acoger en la Iglesia a un nuevo creyente no significa evidentemente asumir todas sus ideas y posiciones, en particular sobre temas políticos o sociales. El bautismo de Magdi Cristiano Allam es una buena ocasión para reafirmar expresamente este principio fundamental. Él tiene el derecho de expresar sus propias ideas, que siguen siendo ideas personales, evidentemente sin volverse en ningún modo expresiones oficiales de las posiciones del Papa o de la Santa Sede.


En cuanto al debate sobre las posiciones del Papa en Ratisbona, las explicaciones sobre su correcta interpretación en las intenciones del Papa han sido dadas a tiempo y no hay motivo para volverlas a poner en cuestión. Al mismo tiempo, algunos de los temas entonces tocados, como la relación entre fe y razón, entre religión y violencia, siguen siendo objeto de reflexión y de debate y de posiciones diferentes, dado que se refieren a problemas que no pueden ser resueltos de una vez por todas.


En tercer lugar, la liturgia de la Vigilia Pascual ha sido celebrada como cada año, y la simbología de la luz y de la oscuridad hace parte de ella siempre. Ciertamente es una liturgia solemne y la celebración en San Pedro por parte del Papa es una ocasión muy particular. Pero acusar de “maniqueísmo” a la explicación de los símbolos litúrgicos por parte del Papa – que él realiza en toda ocasión y en la que es maestro – manifiesta quizá más bien una no comprensión de la liturgia católica, más que una crítica pertinente al discurso de Benedicto XVI.


Finalmente, permítasenos manifestar, a su vez, nuestro desagrado por lo que el profesor Nayed dice acerca de la educación en las escuelas cristianas en los países de mayoría musulmana, objetando el riesgo de proselitismo. Nos parece que largamente la gran mayoría cristiana (no sólo en Egipto, sino también en la India, en Japón, etc.), donde desde muchísimo tiempo la gran mayoría de los estudiantes de las escuelas y universidades católicas son no cristianos y los son tranquilamente, aunque con verdadera estima por la educación recibida, amerita otra apreciación bien distinta.


No pensamos que la acusación de falta de respeto por la dignidad y la libertad de la persona humana se la merezca la Iglesia católica hoy. Otras son las violaciones de ella las que merecen atención prioritaria. Y quizá también por esto el Papa ha asumido el riesgo de este bautismo: afirmar la libertad de elección religiosa consecuente con la dignidad de la persona humana. En todo caso, el profesor Aref Ali Nayed es un interlocutor por el que conservamos altísima estima y con el que siempre vale la pena debatir lealmente. Ello permite tener confianza en la continuación del diálogo.


Radio Vaticana, 27 de marzo del 2008


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