domingo, 11 de enero de 2009

MENSAJE DE BENEDICTO XVI PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ 2009.

1. También en este año nuevo que comienza, deseo hacer llegar a todos mis mejores deseos de paz, e invitar con este Mensaje a reflexionar sobre el tema: Combatir la pobreza, construir la paz. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, subrayó ya las repercusiones negativas que la situación de pobreza de poblaciones enteras acaba teniendo sobre la paz. En efecto, la pobreza se encuentra frecuentemente entre los factores que favorecen o agravan los conflictos, incluidas la contiendas armadas. Estas últimas alimentan a su vez trágicas situaciones de penuria. «Se constata y se hace cada vez más grave en el mundo –escribió Juan Pablo II– otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial»[1].

2. En este cuadro, combatir la pobreza implica considerar atentamente el fenómeno complejo de la globalización. Esta consideración es importante ya desde el punto de vista metodológico, pues invita a tener en cuenta el fruto de las investigaciones realizadas por los economistas y sociólogos sobre tantos aspectos de la pobreza. Pero la referencia a la globalización debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación de construir una sola familia en la que todos –personas, pueblos y naciones– se comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad.

En dicha perspectiva se ha de tener una visión amplia y articulada de la pobreza. Si ésta fuese únicamente material, las ciencias sociales, que nos ayudan a medir los fenómenos basándose sobre todo en datos de tipo cuantitativo, serían suficientes para iluminar sus principales características. Sin embargo, sabemos que hay pobrezas inmateriales, que no son consecuencia directa y automática de carencias materiales. Por ejemplo, en las sociedades ricas y desarrolladas existen fenómenos de marginación, pobreza relacional, moral y espiritual: se trata de personas desorientadas interiormente, aquejadas por formas diversas de malestar a pesar de su bienestar económico. Pienso, por una parte, en el llamado «subdesarrollo moral»[2] y, por otra, en las consecuencias negativas del «superdesarrollo»[3]. Tampoco olvido que, en las sociedades definidas como «pobres», el crecimiento económico se ve frecuentemente entorpecido por impedimentos culturales, que no permiten utilizar adecuadamente los recursos. De todos modos, es verdad que cualquier forma de pobreza no asumida libremente tiene su raíz en la falta de respeto por la dignidad trascendente de la persona humana. Cuando no se considera al hombre en su vocación integral, y no se respetan las exigencias de una verdadera «ecología humana»[4], se desencadenan también dinámicas perversas de pobreza, como se pone claramente de manifiesto en algunos aspectos en los cuales me detendré brevemente.

Pobreza e implicaciones morales

3. La pobreza se pone a menudo en relación con el crecimiento demográfico. Consiguientemente, se están llevando a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional, incluso con métodos que no respetan la dignidad de la mujer ni el derecho de los cónyuges a elegir responsablemente el número de hijos [5] y, lo que es más grave aún, frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza es, en realidad, la eliminación de los seres humanos más pobres. A esto se opone el hecho de que, en 1981, aproximadamente el 40% de la población mundial estaba por debajo del umbral de la pobreza absoluta, mientras que hoy este porcentaje se ha reducido sustancialmente a la mitad y numerosas poblaciones, caracterizadas, por lo demás, por un notable incremento demográfico, han salido de la pobreza. El dato apenas mencionado muestra claramente que habría recursos para resolver el problema de la indigencia, incluso con un crecimiento de la población. Tampoco hay que olvidar que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy, la población de la tierra ha crecido en cuatro mil millones y, en buena parte, este fenómeno se produce en países que han aparecido recientemente en el escenario internacional como nuevas potencias económicas, y han obtenido un rápido desarrollo precisamente gracias al elevado número de sus habitantes. Además, entre las naciones más avanzadas, las que tienen un mayor índice de natalidad disfrutan de mejor potencial para el desarrollo. En otros términos, la población se está confirmando como una riqueza y no como un factor de pobreza.

4. Otro aspecto que preocupa son las enfermedades pandémicas, como por ejemplo, la malaria, la tuberculosis y el sida que, en la medida en que afectan a los sectores productivos de la población, tienen una gran influencia en el deterioro de las condiciones generales del país. Los intentos de frenar las consecuencias de estas enfermedades en la población no siempre logran resultados significativos. Además, los países aquejados de dichas pandemias, a la hora de contrarrestarlas, sufren los chantajes de quienes condicionan las ayudas económicas a la puesta en práctica de políticas contrarias a la vida. Es difícil combatir sobre todo el sida, causa dramática de pobreza, si no se afrontan los problemas morales con los que está relacionada la difusión del virus. Es preciso, ante todo, emprender campañas que eduquen especialmente a los jóvenes a una sexualidad plenamente concorde con la dignidad de la persona; hay iniciativas en este sentido que ya han dado resultados significativos, haciendo disminuir la propagación del virus. Además, se requiere también que se pongan a disposición de las naciones pobres las medicinas y tratamientos necesarios; esto exige fomentar decididamente la investigación médica y las innovaciones terapéuticas, y aplicar con flexibilidad, cuando sea necesario, las reglas internacionales sobre la propiedad intelectual, con el fin de garantizar a todos la necesaria atención sanitaria de base.

5. Un tercer aspecto en que se ha de poner atención en los programas de lucha contra la pobreza, y que muestra su intrínseca dimensión moral, es la pobreza de los niños. Cuando la pobreza afecta a una familia, los niños son las víctimas más vulnerables: casi la mitad de quienes viven en la pobreza absoluta son niños. Considerar la pobreza poniéndose de parte de los niños impulsa a estimar como prioritarios los objetivos que los conciernen más directamente como, por ejemplo, el cuidado de las madres, la tarea educativa, el acceso a las vacunas, a las curas médicas y al agua potable, la salvaguardia del medio ambiente y, sobre todo, el compromiso en la defensa de la familia y de la estabilidad de las relaciones en su interior. Cuando la familia se debilita, los daños recaen inevitablemente sobre los niños. Donde no se tutela la dignidad de la mujer y de la madre, los más afectados son principalmente los hijos.

6. Un cuarto aspecto que merece particular atención desde el punto de vista moral es la relación entre el desarme y el desarrollo. Es preocupante la magnitud global del gasto militar en la actualidad. Como ya he tenido ocasión de subrayar, «los ingentes recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y en armamentos se sustraen a los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las Naciones Unidas, que compromete a la comunidad internacional, y a los Estados en particular, a “promover el establecimiento y el mantenimiento de la paz y de la seguridad internacional con el mínimo dispendio de los recursos humanos y económicos mundiales en armamentos” (art. 26)»[6].

Este estado de cosas, en vez de facilitar, entorpece seriamente la consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad internacional. Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera de armamentos, que provoca bolsas de subdesarrollo y de desesperación, transformándose así, paradójicamente, en factor de inestabilidad, tensión y conflictos. Como afirmó sabiamente mi venerado Predecesor Pablo VI, «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz»[7]. Por tanto, los Estados están llamados a una seria reflexión sobre los motivos más profundos de los conflictos, a menudo avivados por la injusticia, y a afrontarlos con una valiente autocrítica. Si se alcanzara una mejora de las relaciones, sería posible reducir los gastos en armamentos. Los recursos ahorrados se podrían destinar a proyectos de desarrollo de las personas y de los pueblos más pobres y necesitados: los esfuerzos prodigados en este sentido son un compromiso por la paz dentro de la familia humana.

7. Un quinto aspecto de la lucha contra la pobreza material se refiere a la actual crisis alimentaria, que pone en peligro la satisfacción de las necesidades básicas. Esta crisis se caracteriza no tanto por la insuficiencia de alimentos, sino por las dificultades para obtenerlos y por fenómenos especulativos y, por tanto, por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y emergencias. La malnutrición puede provocar también graves daños psicofísicos a la población, privando a las personas de la energía necesaria para salir, sin una ayuda especial, de su estado de pobreza. Esto contribuye a ampliar la magnitud de las desigualdades, provocando reacciones que pueden llegar a ser violentas. Todos los datos sobre el crecimiento de la pobreza relativa en los últimos decenios indican un aumento de la diferencia entre ricos y pobres. Sin duda, las causas principales de este fenómeno son, por una parte, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se concentran en el nivel más alto de la distribución de la renta y, por otra, la evolución de los precios de los productos industriales, que aumentan mucho más rápidamente que los precios de los productos agrícolas y de las materias primas que poseen los países más pobres. Resulta así que la mayor parte de la población de los países más pobres sufre una doble marginación, beneficios más bajos y precios más altos.

Lucha contra la pobreza y solidaridad global

8. Una de las vías maestras para construir la paz es una globalización que tienda a los intereses de la gran familia humana[8]. Sin embargo, para guiar la globalización se necesita una fuerte solidaridad global[9], tanto entre países ricos y países pobres, como dentro de cada país, aunque sea rico. Es preciso un «código ético común»[10], cuyas normas no sean sólo fruto de acuerdos, sino que estén arraigadas en la ley natural inscrita por el Creador en la conciencia de todo ser humano (cf. Rm 2,14-15). Cada uno de nosotros ¿no siente acaso en lo recóndito de su conciencia la llamada a dar su propia contribución al bien común y a la paz social? La globalización abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas. La Iglesia, que es «signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano»[11], continuará ofreciendo su aportación para que se superen las injusticias e incomprensiones, y se llegue a construir un mundo más pacífico y solidario.

9. En el campo del comercio internacional y de las transacciones financieras, se están produciendo procesos que permiten integrar positivamente las economías, contribuyendo a la mejora de las condiciones generales; pero existen también procesos en sentido opuesto, que dividen y marginan a los pueblos, creando peligrosas premisas para conflictos y guerras. En los decenios sucesivos a la Segunda Guerra Mundial, el comercio internacional de bienes y servicios ha crecido con extraordinaria rapidez, con un dinamismo sin precedentes en la historia. Gran parte del comercio mundial se ha centrado en los países de antigua industrialización, a los que se han añadido de modo significativo muchos países emergentes, que han adquirido una cierta relevancia. Sin embargo, hay otros países de renta baja que siguen estando gravemente marginados respecto a los flujos comerciales. Su crecimiento se ha resentido por la rápida disminución de los precios de las materias primas registrada en las últimas décadas, que constituyen la casi totalidad de sus exportaciones. En estos países, la mayoría africanos, la dependencia de las exportaciones de las materias primas sigue siendo un fuerte factor de riesgo. Quisiera renovar un llamamiento para que todos los países tengan las mismas posibilidades de acceso al mercado mundial, evitando exclusiones y marginaciones

10. Se puede hacer una reflexión parecida sobre las finanzas, que atañe a uno de los aspectos principales del fenómeno de la globalización, gracias al desarrollo de la electrónica y a las políticas de liberalización de los flujos de dinero entre los diversos países. La función objetivamente más importante de las finanzas, el sostener a largo plazo la posibilidad de inversiones y, por tanto, el desarrollo, se manifiesta hoy muy frágil: se resiente de los efectos negativos de un sistema de intercambios financieros –en el plano nacional y global– basado en una lógica a muy corto plazo, que busca el incremento del valor de las actividades financieras y se concentra en la gestión técnica de las diversas formas de riesgo. La reciente crisis demuestra también que la actividad financiera está guiada a veces por criterios meramente autorrefenciales, sin consideración del bien común a largo plazo. La reducción de los objetivos de los operadores financieros globales a un brevísimo plazo de tiempo reduce la capacidad de las finanzas para desempeñar su función de puente entre el presente y el futuro, con vistas a sostener la creación de nuevas oportunidades de producción y de trabajo a largo plazo. Una finanza restringida al corto o cortísimo plazo llega a ser peligrosa para todos, también para quien logra beneficiarse de ella durante las fases de euforia financiera[12].

11. De todo esto se desprende que la lucha contra la pobreza requiere una cooperación tanto en el plano económico como en el jurídico que permita a la comunidad internacional, y en particular a los países pobres, descubrir y poner en práctica soluciones coordinadas para afrontar dichos problemas, estableciendo un marco jurídico eficaz para la economía. Exige también incentivos para crear instituciones eficientes y participativas, así como ayudas para luchar contra la criminalidad y promover una cultura de la legalidad. Por otro lado, es innegable que las políticas marcadamente asistencialistas están en el origen de muchos fracasos en la ayuda a los países pobres. Parece que, actualmente, el verdadero proyecto a medio y largo plazo sea el invertir en la formación de las personas y en desarrollar de manera integrada una cultura de la iniciativa. Si bien las actividades económicas necesitan un contexto favorable para su desarrollo, esto no significa que se deba distraer la atención de los problemas del beneficio. Aunque se haya subrayado oportunamente que el aumento de la renta per capita no puede ser el fin absoluto de la acción político-económica, no se ha de olvidar, sin embargo, que ésta representa un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha contra el hambre y la pobreza absoluta. Desde este punto de vista, no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva. En efecto, el valor de la riqueza en una economía moderna depende de manera determinante de la capacidad de crear rédito presente y futuro. Por eso, la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material.

12. Finalmente, situar a los pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional, una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional. Los organismos internacionales mismos reconocen hoy la valía y la ventaja de las iniciativas económicas de la sociedad civil o de las administraciones locales para promover la emancipación y la inclusión en la sociedad de las capas de población que a menudo se encuentran por debajo del umbral de la pobreza extrema y a las que, al mismo tiempo, difícilmente pueden llegar las ayudas oficiales. La historia del desarrollo económico del siglo XX enseña cómo buenas políticas de desarrollo se han confiado a la responsabilidad de los hombres y a la creación de sinergias positivas entre mercados, sociedad civil y Estados. En particular, la sociedad civil asume un papel crucial en el proceso de desarrollo, ya que el desarrollo es esencialmente un fenómeno cultural y la cultura nace y se desarrolla en el ámbito de la sociedad civil[13].

13. Como ya afirmó mi venerado Predecesor Juan Pablo II, la globalización «se presenta con una marcada nota de ambivalencia»[14] y, por tanto, ha de ser regida con prudente sabiduría. De esta sabiduría, forma parte el tener en cuenta en primer lugar las exigencias de los pobres de la tierra, superando el escándalo de la desproporción existente entre los problemas de la pobreza y las medidas que los hombres adoptan para afrontarlos. La desproporción es de orden cultural y político, así como espiritual y moral. En efecto, se limita a menudo a las causas superficiales e instrumentales de la pobreza, sin referirse a las que están en el corazón humano, como la avidez y la estrechez de miras. Los problemas del desarrollo, de las ayudas y de la cooperación internacional se afrontan a veces como meras cuestiones técnicas, que se agotan en establecer estructuras, poner a punto acuerdos sobre precios y cuotas, en asignar subvenciones anónimas, sin que las personas se involucren verdaderamente. En cambio, la lucha contra la pobreza necesita hombres y mujeres que vivan en profundidad la fraternidad y sean capaces de acompañar a las personas, familias y comunidades en el camino de un auténtico desarrollo humano.

Conclusión

14. En la Encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de «abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos– como un fardo o como molestos e importunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido». «Los pobres –escribe– exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos»[15]. En el mundo global actual, aparece con mayor claridad que solamente se construye la paz si se asegura la posibilidad de un crecimiento razonable. En efecto, las tergiversaciones de los sistemas injustos antes o después pasan factura a todos. Por tanto, únicamente la necedad puede inducir a construir una casa dorada, pero rodeada del desierto o la degradación. Por sí sola, la globalización es incapaz de construir la paz, más aún, genera en muchos casos divisiones y conflictos. La globalización pone de manifiesto más bien una necesidad: la de estar orientada hacia un objetivo de profunda solidaridad, que tienda al bien de todos y cada uno. En este sentido, hay que verla como una ocasión propicia para realizar algo importante en la lucha contra la pobreza y para poner a disposición de la justicia y la paz recursos hasta ahora impensables.

15. La Doctrina Social de la Iglesia se ha interesado siempre por los pobres. En tiempos de la Encíclica Rerum novarum, éstos eran sobre todo los obreros de la nueva sociedad industrial; en el magisterio social de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II se han detectado nuevas pobrezas a medida que el horizonte de la cuestión social se ampliaba, hasta adquirir dimensiones mundiales[16]. Esta ampliación de la cuestión social hacia la globalidad hay que considerarla no sólo en el sentido de una extensión cuantitativa, sino también como una profundización cualitativa en el hombre y en las necesidades de la familia humana. Por eso la Iglesia, a la vez que sigue con atención los actuales fenómenos de la globalización y su incidencia en las pobrezas humanas, señala nuevos aspectos de la cuestión social, no sólo en extensión, sino también en profundidad, en cuanto conciernen a la identidad del hombre y su relación con Dios. Son principios de la doctrina social que tienden a clarificar las relaciones entre pobreza y globalización, y a orientar la acción hacia la construcción de la paz. Entre estos principios conviene recordar aquí, de modo particular, el «amor preferencial por los pobres»[17], a la luz del primado de la caridad, atestiguado por toda la tradición cristiana, comenzando por la de la Iglesia primitiva (cf. Hch 4,32-36; 1 Co 16,1; 2 Co 8-9; Ga 2,10).

«Que se ciña cada cual a la parte que le corresponde», escribía León XIII en 1891, añadiendo: «Por lo que respecta a la Iglesia, nunca ni bajo ningún aspecto regateará su esfuerzo»[18]. Esta convicción acompaña también hoy el quehacer de la Iglesia para con los pobres, en los cuales contempla a Cristo[19], sintiendo cómo resuena en su corazón el mandato del Príncipe de la paz a los Apóstoles: «Vos date illis manducare – dadles vosotros de comer» (Lc 9,13). Así pues, fiel a esta exhortación de su Señor, la comunidad cristiana no dejará de asegurar a toda la familia humana su apoyo a las iniciativas de una solidaridad creativa, no sólo para distribuir lo superfluo, sino cambiando «sobre todo los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[20]. Por consiguiente, dirijo al comienzo de un año nuevo una calurosa invitación a cada discípulo de Cristo, así como a toda persona de buena voluntad, para que ensanche su corazón hacia las necesidades de los pobres, haciendo cuanto le sea concretamente posible para salir a su encuentro. En efecto, sigue siendo incontestablemente verdadero el axioma según el cual «combatir la pobreza es construir la paz».

Vaticano, 8 de diciembre de 2008

BENEDICTUS PP. XVI


[1] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1993, 1.

[2] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 19.

[3] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28.

[4] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 38.

[5] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 37; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 25.

[6] Carta al Cardenal Renato Rafael Martino con ocasión del Seminario Internacional organizado por el Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz sobre el tema ‘‘Desarme, desarrollo y paz. Perspectivas para un desarme integral''(10 abril 2008): L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (18 abril 2008), p. 3.

[7] Carta enc. Populorum progressio, 87.

[8] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58.

[9] Juan Pablo II, Discurso a las asociaciones cristianas de trabajadores italianos (27 abril 2002), n. 4: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (10 mayo 2002), p. 10.

[10] Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias sociales (27 abril 2001), n. 4: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (11 mayo 2001), p. 4.

[11] Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, 1.

[12] Cf. Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 368.

[13] Cf. ibíd., 356.

[14] Discurso a empresarios y sindicatos de trabajadores (2 mayo 2000), n. 3: L'Osservatore Romano, ed. en lengua española (5 mayo 2000), p. 7.

[15] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 28.

[16] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 3.

[17] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42; Cf. Id. Carta enc. Centesimus annus, 57.

[18] León XIII, Carta enc. Rerum novarum, 41.

[19] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 58.

[20] Ibíd.

sábado, 3 de mayo de 2008

La nobleza moral de la mujer. (por el papa Juan Pablo II)


1. El Antiguo Testamento y la tradición judía reconocen frecuentemente la nobleza moral de la mujer, que se manifiesta sobre todo en su actitud de confianza en el Señor, en su oración para obtener el don de la maternidad y en su súplica a Dios por la salvación de Israel de los ataques de sus enemigos. A veces, como en el caso de Judit, toda la comunidad celebra estas cualidades, que se convierten en objeto de admiración para todos. Junto a los ejemplos luminosos de las heroínas bíblicas no faltan los testimonios negativos de algunas mujeres, como Dalila, la seductora, que arruina la actividad profética de Sansón (Jc 16, 4-21), las mujeres extranjeras que, en la ancianidad de Salomón, alejan el corazón del rey del Señor y lo inducen a venerar otros dioses (1 R 11, 1­8); Jezabel, que extermina «a todos los profetas del Señor» (1 R 18, 13) y hace asesinar a Nabot para dar su viña a Acab (1 R 21); y la mujer de Job, que lo insulta en su desgracia, impulsándolo a la rebelión (Jb 2, 9). En estos casos, la actitud de la mujer recuerda la de Eva. Sin embargo, la perspectiva predominante en la Biblia suele ser la que se inspira en el protoevangelio, que ve en la mujer a la aliada de Dios.

2. En efecto, aunque a las mujeres extranjeras se las acusa de haber alejado a Salomón del culto del verdadero Dios, en el libro de Rut se nos propone una figura muy noble de mujer extranjera: Rut, la moabita, ejemplo de piedad para con sus parientes y de humildad sincera y generosa. Compartiendo la vida y la fe de Israel, se convertirá en la bisabuela de David y en antepasada del Mesías. Mateo, incluyéndola en la genealogía de Jesús (1, 5), hace de ella un signo de universalismo y un anuncio de la misericordia de Dios, que se extiende a todos los hombres.
Entre las antepasadas de Jesús, el primer evangelista recuerda también a Tamar, a Racab y a la mujer de Urías, tres mujeres pecadoras, pero no desleales, mencionadas entre las progenitoras del Mesías para proclamar la bondad divina más grande que el pecado. Dios, mediante su gracia, hace que su situación matrimonial irregular contribuya a sus designios de salvación, preparando también, de este modo, el futuro. Otro modelo de entrega humilde, diferente del de Rut, es el de la hija de Jefté, que acepta pagar con su propia vida la victoria del padre contra los amonitas (Jc 11, 34­40). Llorando su cruel destino, no se rebela, sino que se entrega a la muerte para cumplir el voto imprudente que había hecho su padre en el marco de costumbres aún primitivas (cf. Jr 7, 31; Mi 6, 6­8).


3. La literatura sapiencial, aunque alude a menudo a los defectos de la mujer, reconoce en ella un tesoro escondido: «Quien halló mujer, halló cosa buena, y alcanzó favor del Señor» (Pr 18, 22), dice el libro de los Proverbios, expresando estima convencida por la figura femenina, don precioso del Señor. A1 final del mismo libro, se esboza el retrato de la mujer ideal que, lejos de representar un modelo inalcanzable, constituye una propuesta concreta, nacida de la experiencia de mujeres de gran valor: «Una mujer fuerte, ¿quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas...» (Pr 31, 10).
En la fidelidad de la mujer a la alianza divina la literatura sapiencial indica la cima de sus posibilidades y la fuente más grande de admiración. En efecto, aunque a veces puede defraudar, la mujer supera todas las expectativas cuando su corazón es fiel a Dios: «Engañosa es la gracia, vana la hermosura; la mujer que teme al Señor, ésa será alabada» (Pr 31, 30).


4. En este contexto, el libro de los Macabeos, en la historia de la madre de los siete hermanos martirizados durante la persecución de Antíoco Epífanes, nos presenta el ejemplo más admirable de nobleza en la prueba. Después de haber descrito la muerte de los siete hermanos, el autor sagrado añade: «Admirable de todo punto y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un solo día, sufría con valor porque tenía la esperanza puesta en el Señor. Animaba a cada uno de ellos en su lenguaje patrio y, llena de generosos sentimientos y estimulando con ardor varonil sus reflexiones de mujer», expresaba de esta manera su esperanza en una resurrección futura: «Pues así el Creador del mundo, el que modeló al hombre en su nacimiento y proyectó el origen de todas las cosas, os devolverá el espíritu y la vida con misericordia, porque ahora no miráis por vosotros mismos a causa de sus leyes» (2 M 7, 20­23).
La madre, exhortando al séptimo hijo a aceptar la muerte antes que transgredir la ley divina, expresa su fe en la obra de Dios, que crea de la nada todas las cosas: «Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia. No temas a este verdugo; antes bien, mostrándote digno de tus hermanos, acepta la muerte, para que vuelva yo a encontrarte con tus hermanos en la misericordia» (2 M 7, 28­29).
Por último, también ella se encamina hacia la muerte cruel, después de haber sufrido siete veces el martirio del corazón, testimoniando una fe inquebrantable, una esperanza sin límites y una valentía heroica. En estas figuras de mujer, en las que se manifiestan las maravillas de la gracia divina, se vislumbra a la que será la mujer más grande: María, la Madre del Señor.


Audiencia general del miércoles 10 de abril de 1996

viernes, 18 de abril de 2008

"No contradigan la Fe y la enseñanza de la Iglesia", Benedicto XVI.


WASHINGTON (DPA).

— Las universidades católicas no deben recibir en sus teatros obras como “Los Monólogos de la Vagina" o albergar conferencias de prominentes figuras que están abiertamente en favor del aborto, advirtió ayer el Papa Benedicto XVI a los rectores de las instituciones estadounidenses.

En un discurso que pronunció ayer en la Universidad Católica de Estados Unidos (CUA), una de las mayores instituciones de su tipo en el mundo, el Pontífice aseguró que invocar "el principio de la libertad académica para justificar posiciones que contradigan la fe y la enseñanza de la Iglesia obstacularizaría o incluso traicionaría la identidad y la misión de la Universidad".

El Papa agregó que "el Evangelio" y "el magisterio de la Iglesia" deben modelar "cualquier aspecto de la vida institucional, tanto dentro como fuera de las aulas escolares".

"Distanciarse de esta visión debilita la identidad católica y, lejos de hacer avanzar la libertad, lleva inevitablemente a la confusión tanto moral como intelectual y espiritual", sentenció.

La jerarquía católica ya manifestó en varias ocasiones su descontento con algunas instituciones católicas de enseñanza por su excesiva "libertad".

Dos incidentes levantaron gran polémica en Estados Unidos en los últimos meses."Los Monólogos de la Vagina", una exitosa obra de teatro de la estadounidense Eve Ensler que se compone de diferentes monólogos de mujeres, se representó en la Universidad de Notre Dame, en el estado de Indiana.

Por su parte, la Universidad de Villanova, en Pennsylvania, invitó a dar una conferencia a la esposa del candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos, Barack Obama. Michelle Obama es abiertamente pro-aborto.

viernes, 11 de abril de 2008

Entre la Iglesia y los Judíos, un diálogo con intermitencias.


ROMA, 8 de abril del 2008
– En el programa de su próximo viaje a los Estados Unidos, Benedicto XVI ha agregado otros dos encuentros, ambos con judíos: el primero el 17 de abril en Washington, el segundo el 18 de abril en Nueva York, en la sinagoga de Park East, en la Pascua judía.

La noticia de los dos encuentros agregados ha sido confirmada el 4 de abril por el director de la sala de prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi. El mismo día la secretaría de estado vaticana difundió un comunicado con la intención de tranquilizar al sector de la comunidad judía que se había declarado ofendido por la nueva formulación de la plegaria por los judíos en la liturgia del Viernes Santo según el rito antiguo, formulación introducida el pasado 6 de febrero por Benedicto XVI.

Las protestas más fuertes fueron expresadas por exponentes del judaísmo italiano. El rabino jefe de Roma Riccardo Di Segni – sucesor del rabino Elio Toaff que acogió a Juan Pablo II en la sinagoga y desarrolló con él por años un diálogo muy cordial – llegó a suspender la agenda de futuros encuentros con las autoridades de la Iglesia de Roma. Las protestas estaban motivadas por el hecho de que, con la nueva formulación, se invita a rezar por los judíos “para que el Señor Dios nuestro ilumine sus corazones para que reconozcan a Jesucristo, Salvador de todos los hombres”. Y después se dice esta oración: “Dios omnipotente y eterno, que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, concede propicio que, entrando en tu Iglesia la plenitud de los pueblos, todo Israel sea salvado. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén”.

A juicio de algunos judíos es intolerable que los católicos recen por la conversión de Israel a la fe en Jesucristo. Otros judíos no son tan intransigentes. Por ejemplo, el célebre rabino estadounidense Jacobo Neusner defendió la precisión de la fórmula de oración introducida por Benedicto XVI e hizo notar que “también Israel pide a Dios que ilumine a los gentiles”.

El comunicado de la secretaría de estado del 4 de abril tiene la intención de confirmar que la nueva plegaria no marca ningún retroceso “en las relaciones de amistad entre los judíos y la Iglesia Católica en estos cuarenta años”. Algunos exponentes del judaísmo expresaron satisfacción por la aclaración. Entre ellos está el rabino Jack Bemporad, que el 18 de abril acogerá a Benedicto XVI en la sinagoga de Park East de Nueva York.

Pero no así el rabino Di Segni. “El comunicado es muy bonito pero no tiene que ver con el objeto de la discusión”, comentó. “Lo que hubiéramos querido escuchar en la declaración es que la Iglesia no reza por la conversión de los judíos”.

martes, 1 de abril de 2008

TRES AÑOS SIN JUAN PABLO II.


Dios te ama Por Juan Pablo II

Quien quiera que seas tú, cualquiera que sea tu condición existencial, Dios te ama.

Te ama totalmente.

La mayor prueba del amor de Dios se manifiesta en el hecho de que nos ama en nuestra condición humana, con nuestras debilidades y nuestras necesidades. Ninguna otra razón puede explicar el misterio de la cruz.

Ser cristianos no es, primariamente, asumir una infinidad de compromisos y obligaciones, sino dejarse amar por Dios.
Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado, por grande que sea, que no pueda ser perdonado, no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepiente será recibida por Jesucristo con perdón y amor inmenso.

El amor de Dios hacia nosotros, como Padre nuestro, es un amor fuerte y fiel, un amor lleno de misericordia, un amor que nos hace capaces de esperar la gracia de la conversión después de haber pecado.

El hombre tiene íntima necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy más que nunca, para sentirse radicalmente comprendido en la debilidad de su naturaleza herida; y sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese amor que acoge, vivifica y resucita a la vida nueva.

En vuestras dificultades, en los momentos de prueba y desaliento, cuando parece que toda dedicación está como vacía de interés y de valor, ¡tened presente que Dios conoce vuestros afanes! ¡Dios os ama uno por uno, está cercano a vosotros, os comprende! Confiad en Él, y en esta certeza encontrad el coraje y la alegría para cumplir con amor y con gozo vuestro deber.

Volved a encontrar el camino que lleva a Dios. No a un Dios cualquiera, sino al Dios que se ha manifestado Padre en el rostro amabilísimo de Jesús de Nazaret. Recordad ciertamente el abrazo tierno y afectuoso del Padre cuando vuelve a encontrar al hijo «pródigo». Dios ama el primero. Si os dejáis encontrar por Él, vuestro corazón hallará la paz. Será fácil responder a su amor con amor. Para entender, basta pensar en Jesús sobre la cruz y en el ladrón crucificado con Él, a su lado. Jesús le aseguró: «Hoy estarás conmigo en el paraíso.»

No olvidéis que el Señor escucha vuestra oración. En el silencio de la cárcel, incluso cuando os invade la melancolía y os sentís oprimidos por la amargura de la incomprensión y el abandono, nada puede impediros que abráis el corazón a la oración y al diálogo con Dios, que conoce la verdad de la vida de cada uno y puede repetir a quien le confía su propia pena e implora su ayuda: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más. »

Dios ama a todos sin distinción y sin límites. Ama a aquellos de vosotros que sois ancianos, a quienes sentís el peso de los años. Ama a cuantos estáis enfermos, a cuantos sufrís de sida o de enfermedades relacionadas con el sida. Ama a los parientes y amigos de los enfermos, y a quienes los cuidan. Nos ama a todos con un amor incondicional y eterno.

Puede acaso una mujer olvidarse de su hijo pequeño, no compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría.» El amor de Dios es tierno y misericordioso, paciente y lleno de comprensión. En la Sagrada Escritura, así como en la memoria viva de la Iglesia, el amor de Dios es ciertamente descrito, y ha sido experimentado, como el amor compasivo de una madre.

Cristo invita a sus oyentes a poner su esperanza en el cuidado amoroso del Padre: «No andéis preocupados por lo que comeréis o beberéis; no os preocupéis... Vuestro Padre sabe muy bien que tenéis necesidad de ello. Buscad, más bien, el reino de Dios.»

La paz viene cuando aprendemos a descansar en la providencia amorosa de Dios, sabiendo que el deseo de este mundo pasa, y que solamente su reino perdura. Poner nuestro corazón en las cosas que duran es estar en paz con nosotros mismos.

«Dios es amor.» Por tanto, cada uno puede dirigirse a Él con la confianza de ser amado por Él.

El amor de Dios es un amor gratuito, que se adelanta a la espera y a la necesidad del hombre. «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó.» Nos ha amado primero, ha tomado la iniciativa. Esta es la gran verdad que ilumina y explica todo lo que Dios ha realizado y realiza en la historia de la salvación.

Desde siempre, Dios ha pensado en nosotros y nos ha amado como personas únicas. A cada uno de nosotros nos conoce por nuestro nombre, como el Buen Pastor del Evangelio. Pero el proyecto de Dios sobre cada uno de nosotros se revela gradualmente, día tras día, en el corazón de la vida. Para descubrir la voluntad concreta del Señor sobre nuestra vida, hay que escuchar la Palabra de Dios, rezar, compartir nuestros interrogantes y nuestros descubrimientos con los otros, a fin de discernir los dones recibidos y hacerlos producir.

El amor de Dios hacia los hombres no conoce límites, no se detiene ante ninguna barrera de raza o de cultura: es universal, es para todos. Sólo pide disponibilidad y acogida; sólo exige un terreno humano para fecundar, hecho de conciencia honrada y de buena voluntad.

viernes, 28 de marzo de 2008

Un musulmán bautizado por el Papa en San Pedro.




ROMA, 28 de marzo del 2008 – Tres días antes, en un mensaje de audio difundido vía web, Osama bin Laden había acusado "al Papa del Vaticano" de tener “un rol relevante” en el combate de una “nueva cruzada” contra el Islam. Pero nada intimida a Benedicto XVI. En la vigilia Pascual, el sábado 22 de marzo, el Papa bautizó en la basílica de San Pedro, junto a otros seis hombres y mujeres de los cuatro continentes, a un convertido del Islam, Magdi Allam, 56 año, egipcio de nacimiento, escritor y periodista de fama, subdirector del principal diario italiano, el “Corriere della Sera”, autor de libros importantes, el último titulado: "Viva Israel".


Con el bautismo – e inmediatamente la confirmación y la comunión – Allam ha asumido como segundo nombre Cristiano. Y en una carta publicada en su diario el domingo de Pascua ha contado y explicado su conversión. La noticia inmediatamente ha dado la vuelta al mundo. Los comentarios en los medios musulmanes han sido en gran parte polémicos, contra Allam y contra Benedicto XVI. También en el campo eclesiástico han trascendido críticas a la publicidad dada a la conversión, que en realidad se ha mantenido en secreto hasta el último.


Por la parte del Vaticano, un comentario ha aparecido en “L’Osservatore Romano”, en una nota del director Giovanni Maria Vian: “El gesto de Benedicto XVI afirma, en modo manso y claro, la libertad religiosa. Que es también libertad de cambiar de religión, como en el 1948 fue subrayado por la Declaración universal de los derechos del hombre (aunque a continuación, lamentablemente, la declaración fue redimensionada precisamente en este punto). Así, cualquiera que sin constricciones pida el bautismo tiene el derecho de recibirlo. Y como no se ha enfatizado, no ha habido ninguna intención hostil hacia una gran religión como la islámica”. Por coincidencia, en el mismo número del diario del Papa, un amplio servicio dedicado a la liturgia de Pascua y a la antiquísima tradición de celebrar en ella los sacramentos de iniciación cristiana, tenía como título: “El vínculo íntimo entre el bautismo y el martirio”. Un vínculo evidenciado por Benedicto XVI el lunes de Pascua, cuando – en el “Regina Coeli” de mediodía – invitó a los fieles a rezar por los obispos, los sacerdotes, los religiosos, los laicos asesinados en el 2007 mientras prestaban servicio en tierras de misión: “En la luz de Cristo resucitado adquiere particular valor la jornada anual de la oración por los misioneros mártires, que se celebra hoy”.


Cuando era musulmán, por sus vigorosas críticas a “un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo”, Allam ha sido objeto en el pasado de amenazas de muerte. Desde hace cinco años vive protegido por una escolta armada y vive en una localidad secreta en el norte de Roma, con su esposa Valentina y su pequeño hijo David. Como periodista, causaron impacto dos de sus servicios publicados en el 2003. En el primero Allam reportó el sermón pronunciado el 6 de junio de aquel año, viernes, en al Gran Mezquita de Roma, por el imán egipcio Abdel-Samie Mahmoud Ibrahim Moussa. En el segundo, tradujo del árabe los sermones de los imanes de otras seis mezquitas italianas. Casi todos exaltando el terrorismo suicida, e incitantes al odio hacia Occidente y hacia Israel. Luego del primer servicio, el gobierno egipcio llamó de vuelta al Imán autor del sermón. Allam se distinguió también por sus comentarios a la lección de Benedicto XVI en Ratisbona, de total acuerdo con las tesis del Papa.


Sus críticas no se dirigen sólo contra el islamismo. En varias ocasiones ha denunciado “la rendición moral, la obnubilación intelectual, la colusión ideológica y la colaboración de Occidente con los extremistas islámicos”. Por estas posturas suyas, Allam ha recibido fuertes hostilidades no sólo por parte de musulmanes, sino también de los intelectuales de Europa. En el verano del 2007 cerca de 200 profesores de varias universidades, incluida la Católica de Milán, firmaron una carta contra él, acusándolo de intolerancia. También en campo eclesiástico muchos desconfían. Después de su artículo de denuncia del sermón del Imán de Roma, el entonces presidente del pontificio consejo para el diálogo interreligioso, el arzobispo Michael L. Fitzgerald, lamentó que “procediendo así se corre el riesgo de comprometer el diálogo”. Pero Allam ha denunciado más veces otro miedo difundido en la Iglesia: aquella por la que en países musulmanes – donde la apostasía es a veces castigada con la muerte – se renuncia a bautizar y en los países cristianos se mantienen escondidos los convertidos del Islam.


Con el bautismo administrado a él públicamente por el Papa en la noche de Pascua, Allam confía en que se salga de estas “catacumbas”. Pero no será fácil. Entre las reacciones críticas de la parte musulmana a su bautismo, llaman la atención las de dos importantes firmantes de la carta de los 138, es decir la carta símbolo del diálogo entre la Iglesia de Roma y el Islam: el Imán italiano Yahya Pallavicini y el teólogo libio Aref Ali Nayed, director del Royal Islamic Strategic Studies Center di Amman, en Jordania. Los dos han sido parte de la delegación de cinco representantes musulmanes que han coordinado el 4 y 5 de marzo con las autoridades vaticanas las próximas etapas del diálogo, que comprenderá una audiencia con Benedicto XVI. Pero ambos, al criticar el bautismo de Allam, eluden la cuestión capital de la libertad de religión, que también ha sido puesta al centro de la agenda del diálogo entre la Iglesia de Roma y los firmantes de la carta de los 138. Yayha Pallavicini dice estar “incómodo por la falta de sensibilidad” demostrada por quien ha querido bautizar a Allam en San Pedro, “un gesto realizado al día siguiente del aniversario del nacimiento del Profeta, la Navidad musulmana, que corre el riesgo de generar mensajes negativos e indica la intención política del Vaticano de hacer prevalecer la supremacía de la Iglesia católica sobre las otras religiones”.


Pero más severo ha sido el comentario de Nayed, que es el verdadero cerebro de la carta de los 138, de la que es el autor principal. Crítico de Allam y más todavía de Benedicto XVI, al cual lanza la acusación de haber querido reafirmar, con el gesto del bautismo, “la infame lección de Ratisbona” Nayed llega a juzgar “totalitaria” y “casi maniquea” la simbología de tinieblas y luz desarrollada por el Papa en la homilía de la vigilia pascual. Sin una toma de distancia vaticana – dice además Nayed – el bautismo administrado por Benedicto XVI irremediablemente significa que el Papa suscribe y apoya los “discursos de odio” de Allam contra el Islam. Más abajo se reporta por entero el comentario de Nayed. Seguido de una réplica hecha por el director de la sala de prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi, a la Radio Vaticana el 27 de marzo. Pero antes, la versión completa de la carta al director del “Corriere della Sera” con la que Allam ha contado su conversión, carta publicada sólo parcialmente por el diario:


"Benedicto XVI nos dice que es necesario vencer el miedo"

por Magdi Cristiano Allam


Estimado director, lo que te estoy por contar se refiere a una elección de fe religiosa y de vida personal que no quiere de ninguna manera involucrar al “Corriere della Sera” del que tengo el honor de formar parte desde el 2003 con el grado de subdirector “ad personam”. Te escribo por tanto como ciudadano particular y protagonista del asunto. Ayer por la noche, vigilia de Pascua, me he convertido a la religión cristiana católica, renunciando a mi anterior fe islámica.


Finalmente así ha visto la luz por gracia divina, el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en el sufrimiento y en la alegría, entre la profunda e íntima reflexión y la consciente y manifiesta exteriorización. Estoy particularmente agradecido a Su Santidad el Papa Benedicto XVI que me ha impartido los sacramentos de iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la basílica de San Pedro en el curso de la solemne celebración de la Vigilia de Pascua. Y he asumido el nombre cristiano más simple y explícito: “Cristiano”. Desde ayer en la noche, pues, me llamo Magdi Cristiano Allam. Para mí es el día más bello de la vida.


Adquirir por manos del Santo Padre el don de la fe cristiana en la conmemoración de la Resurrección de Cristo, es para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. A los casi 56 años, en mi pequeñez, es un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que marca un vuelco radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reverberado sobre mi alma liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia respecto a lo “diferente”, condenado acríticamente como “enemigo”, priorizando sobre el amor y el respeto del “prójimo” que es siempre y de todos modos “persona”; así como mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la mentira y la disimulación, la muerte violenta que induce al homicidio y al suicidio, la ciega sumisión y la tiranía, permitiéndome adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida, y de la Libertad.


En mi primera Pascua como cristiano no he descubierto sólo a Jesús, he descubierto por primera vez al verdadero y único Dios, que es el Dios de la Fe y Razón. Mi conversión al catolicismo es el punto de arribo de una gradual y profunda meditación interior a la que no podría haberme sustraído, dado que desde hace cinco años me veo obligado a una vida blindada, con vigilancia fija a casa y escolta de carabineros en cada uno de mis desplazamientos, a causa de las amenazas y de las condenas a muerte a las que me han sentenciado los extremistas y terroristas islámicos, tanto residentes en Italia como los que operan en el exterior.


Me tenía que interrogar sobre la actitud de aquellos que públicamente han emitido las fatwas, los responsos jurídicos islámicos, denunciándome —a mí que era musulmán— como “enemigo del Islam”, “hipócrita porque es un cristiano copto que finge ser musulmán para dañar al Islam”, “mentiroso y difamador del Islam”, legitimando en tal modo mi condena a muerte. Me he preguntado como podía ser posible que quien, como yo, se ha batido con convicción y con esfuerzo por un “Islam moderado”, asumiéndose la responsabilidad de exponerse en primera persona en la denuncia del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en el nombre del Islam y sobre la base de una legitimación coránica. Así, he debido tener bien en cuenta que, más allá de la contingencia que registra el predominio del fenómeno de los extremistas y del terrorismo islámico a nivel mundial, el origen del mal está enraizado en un Islam que es fisiológicamente violento e históricamente conflictivo.


Paralelamente, la Providencia me hizo encontrar personas católicas practicantes de buena voluntad, que por su testimonio y amistad se fueron volviendo poco a poco en puntos de referencia en el plano de la certeza de la verdad y de los solidez de los valores. Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación con Julián Carrón a la cabeza; por religiosos simples como el padre Gabriele Mangiarotti, sor María Gloria Riva, el padre, Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi Gaid; del redescubrimiento de los salesianos gracias al padre Angelo Tengattini y al padre Maurizio Verlezza culminada en una renovada amistad con el rector mayor, el padre Pascual Chavez Villanueva; hasta el abrazo de otros prelados de gran humanidad como el cardenal Tarcisio Bertone, los monseñores Luigi Negri, Giancarlo Vecerrica, Gino Romanazzi y sobre todo monseñor Rino Fisichella, que me ha acompañado personalmente en el recorrido espiritual de aceptación de la fe cristiana. Pero indudablemente el encuentro más extraordinario y significativo en la decisión de convertirme ha sido el que tuve con el Papa Benedicto XVI, a quien he admirado y defendido, como musulmán, por su maestría en establecer un vínculo indisoluble entre fe y razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, a quien me adhiero plenamente como cristiano por inspirarme de nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado.


El mío es un recorrido que se inicia cuando, a la edad de cuatro años, mi madre Safeya, musulmana creyente y practicante – por el primero de una serie de “casos” que se revelarán como algo totalmente opuesto al azar y más bien como parte integrante de un destino divino en el cual todos estamos incluidos –, me confió a los cuidados amorosos de sor Lavinia de la orden de los combonianos, convencida de la buena educación que me impartirían las religiosas italianas y católicas establecidas en el Cairo, mi ciudad natal, para testimoniar su fe cristiana a través de una obra dirigida a realizar el bien común. De ese modo he iniciado una experiencia de vida en el colegio, hecha con los salesianos del Instituto de Don Bosco en las escuelas medias y de liceo, que en conjunto me ha transmitido no sólo la ciencia del saber sino sobre todo la conciencia de los valores. Es gracias a los religiosos católicos que he adquirido una concepción profundamente y esencialmente ética de la vida, donde la persona creada a imagen y semejanza de Dios está llamada a desarrollar una misión que se inserta en el cuadro de un plan universal y eterno dirigido a la resurrección interior de cada uno sobre esta tierra y de la humanidad en su conjunto en el Día del Juicio, que se funda en la fe en Dios y en el primado de los valores, que se basa en el sentido de la responsabilidad individual y en el sentido del deber en relación a la colectividad.


Es en virtud de la educación cristiana y de compartir la experiencia de vida con religiosos católicos que yo siempre he cultivado una profunda fe en la dimensión trascendente, así como siempre he buscado la certeza de la verdad en los valores absolutos y universales. He tenido una temporada en la que la presencia amorosa y el celo religioso de mi madre me han acercado al Islam, que periódicamente he practicado en el plano cultural y al que he creído en el plano espiritual según una interpretación que por entonces – corrían los años sesenta – correspondían en resumen a una fe respetuosa de la persona y tolerante en respecto al prójimo, en un contexto – el del régimen de Nasser – donde prevalecía el principio laico de la separación de la esfera religiosa de la secular. Mi padre era del todo laico, junto con una mayoría de egipcios que tenían a Occidente como modelo en el plano de la libertad individual, de las costumbres sociales y de las modas culturales y artísticas, incluso si lamentablemente el totalitarismo político de Nasser y la ideología belicosa del panarabismo que apunto a la eliminación física de Israel llevaron a la catástrofe a Egipto y allanaron el camino a la exhumación del panislamismo, al ascenso al poder de los extremistas islámicos y a la explosión del terrorismo islámico globalizado.


Los largos años en el colegio me permitieron también conocer bien y de cerca la realidad del catolicismo y de las mujeres y de los hombres que dedicaron su vida a servir a Dios en el seno de la Iglesia. Ya desde entonces leía la Biblia y los Evangelios y me fascinaba particularmente la figura humana y divina de Jesús. Tuve manera de asistir a la santa misa y sucedió también que, una sola vez, me acerqué al altar a recibir la comunión. Fue un gesto que evidentemente señalaba mi atracción por el cristianismo y mi deseo de sentirme parte de la comunidad religiosa católica. Seguidamente, a mi llegada a Italia al inicio de los años sesenta entre los mares de la revuelta estudiantil y las dificultades de la integración, he vivido la etapa del ateismo enarbolado como fe, que sin embargo se fundaba también él en el primado de los valores absolutos universales. No he sido jamás indiferente a la presencia de Dios si bien sólo ahora siento que el Dios del Amor, de la Fe y de la Razón se concilia plenamente con el patrimonio de valores enraizados en mí. Estimado director, me has preguntado si no temo por mi vida, sabiendo que la conversión al cristianismo me causará ciertamente una enésimo, y bastante más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes perfectamente razón. Se al encuentro de que cosa voy, pero afrontaré mi suerte con la cabeza en alto, con la espalda derecha y con la solidez interior de quien tiene la certeza de la propia fe. Y lo seré más después del gesto histórico y valeroso del Papa que – desde el primer instante en que supo de mi intención – aceptó inmediatamente impartirme personalmente los sacramentos de iniciación cristiana.


Su Santidad ha lanzado un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que hasta ahora ha sido demasiado prudente en la conversión de musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría islámica y callando sobre la realidad de los convertidos en los países cristianos. Por miedo. El miedo de no poder tutelar a los convertidos frente a su condena a muerte por apostasía y el miedo a las represalias con los cristianos residentes en los países islámicos. Pues hoy Benedicto XVI, con su testimonio, nos dice que es necesario vencer el miedo y no tener ningún temor de afirmar la verdad de Jesús también con los musulmanes. De mi parte, digo que es hora de poner fin al arbitrio y a la violencia de los musulmanes que no respetan la libertad de elección religiosa. En Italia hay miles de convertidos al Islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay miles de musulmanes convertidos al cristianismo que son obligados a esconder su nueva fe por miedo a ser asesinados por los extremistas islámicos que están entre nosotros. Por uno de esas “casualidades” que evocan la mano discreta del Señor, mi primer artículo escrito en el “Corriere della Sera” el 3 de septiembre del 2003 se titulaba: “Las nuevas catacumbas de los islámicos convertidos”. Era una investigación sobre algunos neo-cristianos en Italia que denunciaron su profunda soledad espiritual y humana frente a la contumacia de las instituciones del Estado que no tutelan la seguridad de ellos y frente al silencio de la misma Iglesia.


Pues, espero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio ellos tengan la convicción de que ha llegado el momento histórico de salir de las tinieblas de las catacumbas y de afirmar públicamente su voluntad de ser plenamente ellos mismos. Si no estamos en grado aquí en Italia, cuna del catolicismo, de garantiza a todos la plena libertad religiosa, 'cómo podremos tener credibilidad cuando denunciemos la violación de tal libertad en otros países del mundo? Ruego a Dios para que esta Pascua especial done la resurrección del espíritu a todos los fieles en Cristo que hasta ahora han estado sometidos por el miedo.

Feliz Pascua a todos. 23 de marzo del 2008


"Un infeliz episodio que reafirma la infame lección de Ratisbona"

por Aref Ali Nayed


En cuanto fe, el Islam es un don divino. En cuanto don, es dado por Dios por gracia. Cómo una persona responde a este don es materia propiamente íntima entre esta persona y Dios. El alma de Magdi Allam es ampliamente conocida, y juzgada, por su Creador. Es Dios quien lo juzgará arriba según como ha respondido al don de la fe. Él es responsable frente a su Creador en los límites de su libertad y capacidad.


El hecho que Allam haya recibido la comunión católica en edad joven bajo la influencia de sus primeros maestros católicos parece indicar que él fue cristianizado cuando era niño. Por efecto de esta inicial educación católica, resulta que él no ha sostenido o practicado la doctrina del Islam nunca. El caso de Allam nos recuerda, una vez más, la legítima preocupación de muchos expertos musulmanes acerca del abuso de confianza que a veces se tiene cuando los padres musulmanes, por motivos económicos o de otro tipo, mandan a sus hijos a escuelas católicas. Lo que les ocurre a los niños, incluso musulmanes, en las escuelas católicas es materia que debe ser discutida cada vez que se afronta la “dignidad humana” en las discusiones que vendrán.


El uso de las escuelas para hacer proselitismo es una de las cuestiones importantes a discutir. En cuanto a la deliberada y provocante decisión del Vaticano de bautizar a Allam en una ocasión tan especial y en un modo tan espectacular, es suficiente decir lo siguiente:


1. Es triste que el acto íntimo y personal de una conversión religiosa sea transformado en un medio triunfalista para marcar un punto de ventaja. Una instrumentalización semejante de una persona y de su conversión es contraria a los principios fundamentales de afirmación de la dignidad humana. Más aún, llega en el momento más infeliz, cuando honestos representantes musulmanes y católicos están trabajando con mucho esfuerzo por sanar las fracturas entre las dos comunidades.


2. Es triste que la particular elección para tal gesto altamente público tenga una historia que ha generado, y continúa generando, discursos de odio. El mensaje fundamental del último artículo de Allam es idéntico al mensaje del emperador bizantino citado por el Papa en su infame lección de Ratisbona. No es lejano de la verdad ver esto como otro modo de reafirmar el mensaje de Ratisbona (que el Vaticano insiste en decir que no fue entendido). Para el Vaticano es importante ahora tomar distancia de las posturas de Allam. 'O acaso los musulmanes deben asumir el bautismo de alta visibilidad administrado por el Papa como un apoyo papal a las posturas de Allam respecto a la naturaleza del Islam (que no por casualidad coinciden con el mensaje de Ratisbona)?


3. Es triste que Benedicto XVI escoja poner como mensaje fundamental de su discurso religioso durante la especial celebración de la Pascua una contraposición casi maniquea entre los símbolos de las “tinieblas” y la “luz”, donde se asignan las “tinieblas” a los “otros” y la luz a “sí”. Y también es triste que la idea de “paz” expresada en tal discurso se reduzca a llevar a los “otros” al rebaño a través del bautismo.


Por parte de Roma, un discurso tan totalitario sirve de todo menos de ayuda. Todo el espectáculo con su coreografía, el personaje y los mensajes, provoca sinceros cuestionamientos acerca de los motivos, las intenciones y los planes de algunos de los consultores del Papa sobre el Islam. No obstante ello, no dejaremos que este infeliz episodio nos aparte de nuestro esfuerzo de perseguir “Una palabra común” por el bien de la humanidad y de la paz mundial. Nuestra base de diálogo no es una lógica de reciprocidad “ojo por ojo”. Es más bien una teología que se compadece por “sanar lo que existe entre nosotros”, por el respeto del Dios Amor y del amor por el prójimo.


24 de marzo del 2008


"Permítasenos manifestar nuestro desagrado..."

por Federico Lombardi S.I.


Ante todo, la afirmación más significativa es sin duda la confirmación de la voluntad del profesor Aref Ali Nayed de continuar el diálogo de profundización y conocimiento recíproco entre musulmanes y cristianos, y no poner absolutamente en cuestión el camino iniciado con la correspondencia y los contactos establecidos en el último año y medio entre los estudiosos musulmanes firmantes de las conocidas cartas y el Vaticano, en particular a través del pontificio consejo para el diálogo interreligioso.


Este itinerario debe continuar, es de extrema importancia, no debe ser interrumpido, y es prioritario respecto a episodios que pueden ser objeto de malentendidos. En segundo lugar, administrar el bautismo a una persona implica reconocer que ha acogido la fe cristiana libremente y sinceramente, en sus artículos fundamentales, expresados en la “profesión de fe”. Esta viene públicamente proclamada con ocasión del bautismo.


Naturalmente cada creyente es libre de conservar las propias ideas sobre una muy amplia gama de cuestiones y de problemas en los que hay entre cristianos un legítimo pluralismo. Acoger en la Iglesia a un nuevo creyente no significa evidentemente asumir todas sus ideas y posiciones, en particular sobre temas políticos o sociales. El bautismo de Magdi Cristiano Allam es una buena ocasión para reafirmar expresamente este principio fundamental. Él tiene el derecho de expresar sus propias ideas, que siguen siendo ideas personales, evidentemente sin volverse en ningún modo expresiones oficiales de las posiciones del Papa o de la Santa Sede.


En cuanto al debate sobre las posiciones del Papa en Ratisbona, las explicaciones sobre su correcta interpretación en las intenciones del Papa han sido dadas a tiempo y no hay motivo para volverlas a poner en cuestión. Al mismo tiempo, algunos de los temas entonces tocados, como la relación entre fe y razón, entre religión y violencia, siguen siendo objeto de reflexión y de debate y de posiciones diferentes, dado que se refieren a problemas que no pueden ser resueltos de una vez por todas.


En tercer lugar, la liturgia de la Vigilia Pascual ha sido celebrada como cada año, y la simbología de la luz y de la oscuridad hace parte de ella siempre. Ciertamente es una liturgia solemne y la celebración en San Pedro por parte del Papa es una ocasión muy particular. Pero acusar de “maniqueísmo” a la explicación de los símbolos litúrgicos por parte del Papa – que él realiza en toda ocasión y en la que es maestro – manifiesta quizá más bien una no comprensión de la liturgia católica, más que una crítica pertinente al discurso de Benedicto XVI.


Finalmente, permítasenos manifestar, a su vez, nuestro desagrado por lo que el profesor Nayed dice acerca de la educación en las escuelas cristianas en los países de mayoría musulmana, objetando el riesgo de proselitismo. Nos parece que largamente la gran mayoría cristiana (no sólo en Egipto, sino también en la India, en Japón, etc.), donde desde muchísimo tiempo la gran mayoría de los estudiantes de las escuelas y universidades católicas son no cristianos y los son tranquilamente, aunque con verdadera estima por la educación recibida, amerita otra apreciación bien distinta.


No pensamos que la acusación de falta de respeto por la dignidad y la libertad de la persona humana se la merezca la Iglesia católica hoy. Otras son las violaciones de ella las que merecen atención prioritaria. Y quizá también por esto el Papa ha asumido el riesgo de este bautismo: afirmar la libertad de elección religiosa consecuente con la dignidad de la persona humana. En todo caso, el profesor Aref Ali Nayed es un interlocutor por el que conservamos altísima estima y con el que siempre vale la pena debatir lealmente. Ello permite tener confianza en la continuación del diálogo.


Radio Vaticana, 27 de marzo del 2008